Hoy vengo con otro de esos artículos relacionados con la psicología que tan poca aceptación tienen (como de costumbre). Los sesgos cognitivos y la estulticia imperante así lo manifiestan, sobre todo en esa misteriosa disciplina que se esgrime como a cada uno le conviene ocultando las atrocidades propias que tienen a bien el ser achacadas a terceros.
Sea como fuere, para mejor verse las implicaciones de la psicología con los fenómenos para- (paralelos o paranormales, que tanto da), hoy quiero hablarles sobre las sincronicidades.
Si usted está familiarizado con las cosas de la conciencia y el incosciente (que no todo es patología mental en las cuestiones psicológicas), entenderá con facilidad el concepto de sincronicidad. Si no es así, tampoco haría mal en documentarse al respecto.
Que el ser humano no es un ser racional, netamente racional, no es cosa nueva. El razonamiento, por lo general, en términos humanos (referidos al organismo humano), es una herramienta que si bien tiene sus aplicaciones dentro del ámbito material de la realidad, se convierte en una especie de trampa en la faceta no material de la existencia al intentar justificar – buscar la lógica que conviene, si se prefiere – a las pulsiones (irracionales per se) que reflejamos en forma de emoción.
Por lo general, no nos movemos de una forma racional, calibrando la consecuencia de de nuestros actos (cosa vista y demostrada en este blog que hace las veces de laboratorio), sino de forma emocional, reaccionando ante el entorno. Si lo prefiere, nos movemos por la víscera más que por el razocinio. Ejemplo de ello son las arengas que medios de comunicación, politicastros, líderes sectarios y un sin fin de indeseables utilizan para exaltar el inconsciente de la masa adocenada.
Para Jung, el inconsciente es el registro del conjunto de todas las experiecias del sujeto desde el momento mismo de su existencia. Sin embargo, opinaba además que, más allá de este planteamiento unitario y personal la suma de inconscientes individuales en el correr del tiempo, desde los orígenes mismos de la vida, conformarían lo que tuvo a bien en llamar el inconsciente colectivo. Ya que pensaba que del mismo modo que nuestra anatomía presentaba vestigios de formas de vida muy anteriores y pretéritas (por ejemplo tener cinco dedos en manos y pies dispuestas sus falanges según la fórmula mamaliana de 2·3·3·3·3, que es aporte evolutivo de los Therapsida que vivieron entre 250 y 190 millones de años atrás), llevó a pensar a Jung que en el campo de la mente no habría de ser distinto.
Este inconsciente colectivo guardaría, según Jung, una serie de estructuras mentales arcaicas que no serían sino una especie de potenciales de pensamiento y de acción a los que daría el nombre de arquetipos. Por ejemplo: Padre, madre, hijo, hija, víctima, victimario, etc.
Por si esto fuera poco, Jung barrunta sobre la existencia de un suprainconsciente que va más allá todavía del inconsciente colectivo que sería el denominado como inconsciente cósmico, en el que estarían registrados todos los procesos mentales desde el origen del universo mismo. Eso que algunos llaman registros akásicos.
Independientemente de ello, parece ser que la vida mantiene una pugna entre la conciencia y la emoción incosciente que actúa de una forma netamente irracional. Ante la visión de un cadáver – al margen de la manera en que falleció – los individuos presentan diferentes reacciones que no son voluntarias ni razonadas. Miedo, asco, llanto, alegría, reflexión, etc. son algunos ejemplos de como actúa el inconsciente.
Es por tal causa, que si un individuo se encuentra colocado en situación desacostumbrada (peligro de muerte o fenomenología inusual), su comportamiento deja de estar sometido a la razón y se guía por lo irracional de las emociones – por ejemplo no se puede elegir a quien se ama, se le ama y punto – que por su naturaleza trascienden el tiempo y el espacio, conformando una especie de plano de lo irracional en el que no existen distancias ni lapsos temporales. Todo es y todo es ahora. Repito: Todo es y todo es ahora.
Esto nos lleva – más bien, llevó a Jung – a las sincronicidades. Las sincronicidades estudian los fenómenos de coincidencia. Fenómenos estos que no son relaciones entre la conciencia y el mundo exterior, sino entre el medio, el ser y el inconsciente colectivo. Dicho de otro modo, entre el inconsciente del individuo y el entorno.
(continuará…)