Por las cosas del fu y del fa, hoy me gustaría colgar un artículo que fuera escrito allá por el 6 de febrero del año 2010, modificado a posteriori a principios de año, y que trata sobre un libro. Un libro, en mi opinión, admonitorio como hay pocos. Esto lo hago por las desesperadas críticas y opiniones que desde hace algún tiempo vengo recibiendo. No se si estas cuestiones tienen que ver con que algunos esperan que se les diga lo que tienen que hacer o porque tengan vocación para el dictado. Sea como fuere, y creyendo que es más de lo primero que de lo segundo (niguna de ellas buena) voy a hablarles de ese libro.
El Hombre Unidimensional de Herbert Marcuse, filósofo alemán, es una obra publicada en 1964, aunque las cuestiones que trata nos parezcan tremendamente actuales. Siniestramente actuales.
Por aquello de ser denso y plomizo, decir que el autor enmarca tal ensayo dentro de lo que se ha dado en denominar como la Teoría Crítica – que es como se conoce el conjunto de ideas de pensadores de diferentes disciplinas asociados a la Escuela de Frankfurt, tales como: Habermas, Adorno, Walter Benjamin, Negt o Schweppenhäuser, entre otros – una corriente vinculada con cierto tipo de compromiso social emancipador de las estructuras establecidas en, por y para la sociedad moderna.
Este libro, en su conjunto, se presenta como un análisis – o una síntesis si se prefiere – del mundo occidental que, según el autor, escondería rasgos característicos del totalitarismo bajo una eufémica apariencia democrática. Eso de lo que parece ser que nos hemos dado cuenta ahora y que algunos venimos contando de largo, pues eso se lo debemos – en última estancia, que Aristóteles también lo decía – a Marcuse.
Esta obra, que invito a adquirir, nos ofrece una crítica bastante ácida de dos formas represoras en la época de la guerra fría – época en la que fue escrito el libro, recordemos 1964 – que no son otras que el capitalismo occidental y el modelo comunista del bloque soviético.
Herbert Marcuse argumenta de una forma magistral, y bastante elocuente, que una sociedad industrial avanzada (como pueda ser en la que vivimos actualmente) crea una serie de falsas necesidades, las cuales estarían destinadas a servir al perverso fin de introducir al individuo pseudopensante, de esos que abundan a patadas (cerca de un 64% de la población, acepteló) en el existente sistema de producción y consumo, focalizado a través de los medios de comunicación masiva (prensa, radio, televisión…), la publicidad (que sería más conveniente llamarla «publiacidez»), propaganda diversa y el propio sistema industrial que mediante este tipo de política de producción y consumo se retroalimentaría.
Pero peor que esto es la nefasta – y más tenebrosa – consecuencia del hecho, producto de este sistema que daría lugar, según el autor, a un universo unidimensional, poblado por sujetos definidos como con «encefalograma plano», donde no existiría la posibilidad de crítica social u oposición a lo que el propio sistema estableciera. Afianzándose así una casi perfecta forma de control. Ejemplo ilustrativo de ello es la chorrada que ha sido el 15-M y que se ha quedado en agua de borraja, entre otras cosas por exigir que todo cambiase para que todo siguiera igual. Ante tal desproposito, omitase el cambio y con él, el 15-M.
A través del análisis que Marcuse realiza sobre la «Lógica del Dominio» nos dice que, la modernidad supondría que el consumismo contribuiría a una mercantilización de la cultura, por no llamarlo prostitución que es lo que es, y a una tecnificación cosificadora de la conciencia. Este tipo de control funcionaría, de esta forma, como una articulado de asimilación, presión y seducción – por parte del sistema y de la propia masa adocenada, algo parecido a aquello que diría Sartre de que «el infierno son los demás» – donde el papel de la comunicación industrial seguiría siendo ineludible. El caso concreto donde se evidencia este control, es en el auge del individualismo, que se muestra como autosuficiente y desmesuradamente prepotente. Citando a Marcuse vemos lo siguiente:
«El individuo unidimensional se caracteriza por su delirio, persecutiva su paranoia interiorizada por medio de los sistemas de comunicación masivos. Es indiscutible hasta la misma noción de alienación porque este hombre unidimensional carece de una dimensión capaz de exigir y de gozar cualquier progreso de su espíritu. Para él, la autonomía y la espontaneidad no tienen sentido en su mundo prefabricado de prejuicios y de opiniones preconcebidas».
Si usted lo quiere entender: «Se busca lo que no se tiene».
Marcuse presenta nuestra sociedad industrializa como una sociedad cerrada. Un universo dónde no caben alternativas de vida, donde los intereses en oposición han sido anulados. La razón técnico-instrumental es causa y esencia de este control de las fuerzas sociales, dado que el aparato tecnológico se muestra capaz de conseguir los logros del progreso. Convirtiendo las formas de vida que promueve en nuevas formas de adoctrinamiento. Critica también la democracia electoralista, en la que ya hay un juego dado, con presupuestos intocables (defensa, inyecciones monetarias a la banca), en donde sólo hay una apariencia de libertad. Argumentando también, que el sistema social establecido produce bienes que redundarán en un nuevo conformismo que se convertirá en una forma de conducta de la sociedad.
La conciencia de los individuos de la sociedad del bienestar es feliz (la felicidad del tonto que cree que todo está bien) y le agrada ver que el Estado satisface sus necesidades. Vive en un conformismo sin parangón, sin ningún tipo de remordimientos. Hay guerras en la periferia, donde se mata y se tortura, pero da igual porque en la metrópoli, queridos amigos, todo es felicidad.
Las sociedades opulentas absorben toda contradicción. Marcuse se fija especialmente en esa perversión del lenguaje den que tanto hemos hablado en MD, un lenguaje basado en clichés («libre empresa», «construcción socialista», «daño colateral», etc.), estereotipado y funcionalista, que impide pensar las cosa:
«El lenguaje es despojado de las mediaciones que forman las etapas del proceso de conocimiento y de evaluación cognoscitiva. Los conceptos que encierran los hechos y por tanto los trascienden están perdiendo su auténtica representación lingüística. Sin estas mediaciones, el lenguaje tiende a expresar y auspiciar la inmediata identificación entre razón y hecho, verdad y verdad establecida, esencia y existencia, la cosa y su función».
Así sucede en las formas actuales de neoliberalismo y neoconservadurismo. ¡Eo, el neocon!
El hombre unidimensional está considerado por muchospensadores como el libro más subversivo del siglo XX, y yo añado que también del siglo XXI (por lo menos de lo que llevamos de él), ya que los paralelismos que plantea no sólo nos son cercanos sino que además son terroríficamente actuales.
El autor de este gran libro también analiza la integración de la clase trabajadora en la sociedad capitalista y las nuevas formas de estabilización. Todo esto, cuestionando – no sin motivo y haciendo gala de un perfecto ejercicio de criterio – los postulados marxistas del proletariado revolucionario, que no revolucionado, y la inevitabilidad de la crisis capitalista. Esta que padecemos y de la que parece que el que esto escribe tuviera que ponerle fin. ¡Cómo si pudiera!
La conclusión que podemos extraer de la obra de Marcuse, sin ser en absoluto pretenciosos, es que el sujeto revolucionario no puede estar constituido por:
A) El subproletariado urbano (15-M), cosa que desembocaría en aquello de que «no existe mayor tirano que un esclavo con un látigo».
B) Ni por los intelectuales (San Pedro verbigracia) cuyos pensamientos, hipótesis y bagatelas carecen de la experiencia previa, lo que nos llevaría a la sentencia latina: «Nescentia Necat». La ignorancia mata. Y ese es el problema. La Ignoracia. Pero no teman que la ignorancia se cura leyendo.
La solución que propone Marcuse pasaría por el Doble Distanciamiento.
Debido a que tanto la alta cultura como la baja están sometidas a las normas y los dictados del mercado, Marcuse propone un doble distanciamiento, como única vía para llegar a una cultura, cuando menos, emancipadora.
Éste Doble Distanciamiento tendría una vertiente espacial o exterior y una vertiente subjetiva interior. Este proceso recibiría el nombre de «introyección», y supondría el hecho de buscar en uno mismo el verdadero significado de la cultura, como la esencia libertadora del individuo que haría despertar y organizar el sentimiento de solidaridad en tanto que este sentimiento es, o sería, una necesidad netamente biológica – cosa que no comparto del todo – para mantener unidos a los individuos contra la brutalidad y la explotación humanas. Cosa ésta que el individualismo no sólo evita, sino que anula. Tal ignominia sólo puede evitarse por medio de una educación de la conciencia para llegar a observar y sentir el crimen contra la humanidad que representa la sociedad unidimensional. La nuestra. Suya y mía.
En respuesta a esas cuitas que piden a gritos soluciones – cuando en realidad está muy claro lo que se debe de hacer – recomendar la adquisición y lectura de este libro que sorprenderá a más de uno, tanto por su simpleza expresiva como por su contenido. Revelándole quizás lo que tanto tiempo se ha empeñado en eludir: La propia responsabilidad.