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Desconocemos el 86% de las especies del globo.
Pese a que algunos se empeñan en comprar carne en una verdulería, confundiendo esta página web con cualquiera de los rotativos o programas televisivos y radiofónicos habituales (cuando no con la página del ministerio de asuntos exteriores), no puedo dejar pasar una noticia de esas que no suelen «entretener» al populacho – por no decir alimentar su paranoia – que considero de gran interés.
El caso es que tras varios siglos de esfuerzos y estudio, se cree que un 86 por ciento de las especies de la Tierra aún no han sido descubiertas. Un nuevo estudio predice que nuestro planeta es el hogar de 8.7 millones de especies, incluidas las ya conocidas.
Esto significa que los científicos, los de verdad, han catalogado – agarrese la peluca – menos del 15 por ciento de las especies actualmente vivas. Con el ritmo de extinciones actual, esto significa que muchos organismos dejarán de existir incluso antes de que puedan ser documentarlos. Cosa que tampoco ha de preocupar más allá de lo normal, pues otros tantos habrían sufrido el mismo proceso desde los orígenes del hombre o los albores de la vida en la Tierra.
Doscientos cincuenta años después de que el botánico sueco Carl Linnaeus instituyera un sistema formal para clasificar la diversidad de la naturaleza, el catálogo de algunas clases de criaturas (como pueden ser los mamíferos o las aves) está casi completo. Aunque no así los inventarios de otras clases, que son lamentablemente escasos.
Ejemplo de ello es que tan sólo se ha descrito el 7 por ciento del número estimado de hongos, que incluyen champiñones y levaduras (por cierto, el ser vivo más grande del planeta es el hongo Armillaria ostoyae, cuya dimensión está cercana a las 900 hectáreas). Otro ejemplo es que menos del 10 por ciento de las formas de vida de los océanos del mundo ha sido catalogada.
Lo que se ha descubierto hasta ahora, en palabras de Boris Worm de la Universidad Dalhousie de Canadá, coautor del mencionado estudio, son “aquellas cosas que son fáciles de encontrar, visibles, y además relativamente grandes”.
“Se abre una era de descubrimientos ante nosotros en la que podríamos averiguar mucho más de las formas de vida que habitan este planeta con nosotros”.
Un ejemplo a este respecto sería aquella famosa bacteria del arsénico que publicitara a bombo y platillo la NASA, suponiéndola capaz de asimilar este compuesto, resultando en una nueva forma de «estar vivo». Investigadores del Weizmann Institute of Science en Rehovot (Israel), descubrirían que no es que asimilara el arsénico (abundante en el lago Mono, California), sino que se las apañaban para obtener fosfatos en un entorno extremo, que es bastante distinto.
Como puede comprobarse, es larga la andadura que nos queda para siquiera empezar a comprender según que cosas. Abriéndose ante nosotros un abanico de posibilidades que por analogía, seguramente, nos conduzcan a misterios aún mayores: Críptidos, vida extremófila e incluso cosas que jamás hubieramos imaginado de tan obvias como resulten ser.
